La ciudad de Montepulciano tiene un pasado ligado en parte al hecho de haberse encontrado en la intersección de dos importantes carreteras regionales (desde Chiusi hasta Arezzo de sur a norte, y desde Vald'Orcia hasta Val di Chiana y el Trasimeno, de este a oeste); y además, por su ubicación estratégica en la frontera de la zona de influencia de varios ciudadanos medievales potentados (Orvieto, Perugia, Siena, Florencia).

Esto ha significado que en los primeros siglos del segundo milenio, ha logrado desarrollar su riqueza y poder notablemente, hasta el punto de llegar a ser muy codiciada y ganar autonomía vendiendo bien su alianza con las principales ciudades que se encontraban en perpetuo conflicto entre sí.
Desafortunadamente, en su última entrada al estado florentino después de 1511, consagró su importancia formal (que se refleja en la importancia de los edificios públicos y privados realizados después de esa fecha, y la construcción de la diócesis en 1561) y comenzó un declive económico y social lento. Hasta el punto tal que en el siglo XVIII, el gran duque de Toscana Pietro Leopoldo preocupado por ella, se preguntó acerca de posibles maneras de dar vida nuevamente a un centro tan prestigioso como decadente.
En el siglo XIX la recuperación de Val di Chiana y la renovada importancia de la ciudad (que se convirtió en centro administrativo de la zona) han marcado una revitalización apreciable, pero no duró más de la mitad del siglo XX. La pérdida de población debida a la emigración de muchos agricultores del Norte que se convertirán en mano de obra de fábricas, y las formas cambiantes de cultivo de la tierra no han sido totalmente compensadas por un crecimiento similar de la pequeña y mediana industria de servicios. Además del prestigio de ciudad artística e histórica ha desarrollado un encanto apreciable también a nivel internacional, y demuestra que Montepulciano se afirma definitivamente como centro de producción cultural.